jueves, 24 de febrero de 2011

Apuntes para una historia del transfuguismo



Días atrás el candidato Alejandro Toledo anunció que presentará un proyecto de ley contra el fransfuguismo, al mismo tiempo reclamaba a los postulantes de su partido al Congreso “unidad, disciplina y lealtad”. El motivo de su preocupación es obvio, durante su mandato la lista congresal de Perú Posible se redujo prácticamente a la mitad, y el parlamento fue un escollo durante todo su gobierno. La desestructuración de las bancadas, incluso antes de que los congresistas lleguen a ocupar sus escaños, es un tema que a inicios de este gobierno también mereció tratamiento parlamentario sin que se aprobara ninguna ley al respecto.

El tránsfuga es visto como un traidor que abandona compañeros e ideales por motivos inconfesables. Pero existen muchas razones por las que los políticos deciden abandonar una causa para sumarse a otra y ello no es intrínsecamente malo, o en todo caso, también puede representar un resurgimiento político. La conformación de las bancadas parlamentarias de los dos últimos Congresos a sufrido modificaciones notorias, pero el problema se arrastra desde la década de los noventa.

En El nacimiento de los otorongos, Degregori y Meléndez repasan la historia del parlamento peruano durante el gobierno fujimorista buscando una explicación para el desempeño del actual. Para los autores el régimen político que nació luego del golpe de estado del 92 y el liderazgo carismático autoritario de Fujimori, explicarían las débiles lealtades y el pragmatismo de los padres de la patria. En un trabajo más reciente publicado en Iniciación de la política, Jorge Valladares busca una explicación a la atomización de las bancadas analizando la manera en que el comportamiento de los grupos políticos moldea su identidad, estudiando para ello la producción legislativa y la votación de los grupos parlamentarios.

Los dos trabajos mencionados estudian el comportamiento político de nuestros congresistas analizando las últimas legislaturas. Tácitamente dejan la sensación de que existió un pasado mejor, donde en política existía la lealtad y disciplina que hoy reclama Toledo. La historia política del Perú, sin embargo, no es un dechado de lealtades y mucho menos disciplina. Como es sabido nuestros partidos históricamente se han formado en torno a candidaturas; el reclamo de lealtad que hace el hoy puntero en las encuestas es hacia su persona, no está hablando de un supuesto compromiso programático por no hablar ya de ideologías.

En el prólogo al libro Partidos políticos en el Perú de Álvaro Rojas Samanez, el periodista Manuel D´Ornellas decía que la movilidad intrapartidaria era un fenómeno típicamente nacional. Hacía alusión a los caudillos locales o regionales que siendo electos por un partido en la Constituyente del año 78, habían sido electos congresistas por otro partido en 1980. D´Ornellas decía algo que hoy nadie cuestiona, para el peruano medio, los partidos son más difíciles de individualizar que los hombres que los encabezan. ¿Siempre ha sido así? Me temo que sí. La historia de los partidos en nuestro país se confunde con la historia de los caudillos.

Durante la República Aristocrática aparecieron las primeras expresiones orgánico-partidarias, en aquel entonces el Partido Civil era el predominante y gobernó siempre en coalición. Los momentos de crisis política son naturalmente más proclives para las migraciones partidarias y el transfuguismo. Así ocurrió al final del gobierno de Leguía (1908-1912) cuando la sucesión presidencial derivó en la división del civilismo y los demás partidos.

La crisis política de entonces permitió la aparición del primer outsider de la política peruana: Guillermo E. Billinghurst. Quién en su discurso de asunción ante el Congreso afirmó que “era ajeno a los antiguos y desgastados métodos de la política… y completamente extraño a las sugestiones partidistas y a las influencias de círculo, por seductoras que ellas sean”. Cualquier semejanza con las expresiones de nuestros candidatos de hoy, no es casualidad.

El Comité Central Ejecutivo de la candidatura de Billinghurst estuvo integrado por hombres que provenían de distintos partidos. Entre ellos figuraba Manuel Quimper, seguidor de González Prada y fundador de la Unión Nacional a fines del XIX. Años más tarde fue electo concejal de Lima por el Partido Demócrata, se sumó al billinghurismo y a la caída del gobierno  migró al Partido Liberal siendo elegido diputado suplente. Los demás integrantes del comité tienen historias similares, e incluyó a personajes como Francisco A. Loayza, director de varias publicaciones y primer redactor de La Protesta, el periódico  más influyente del anarcosindicalismo. Otro dirigente destacado fue Alberto Secada, congresista durante el gobierno de Billinghurst, había iniciado su trayectoria política en el Partido Radical, tuvo un pasaje por el demócrata, en coalición con el civilismo independiente es nombrado concejal y luego Alcalde del Callao, al final de su vida apoyó el segundo gobierno de Leguía.

El transfuguismo no es un problema nuevo, que existe desde el nacimiento de nuestros primeros partidos. Una diferencia entre aquel y este transfuguismo, es que aquel respondía a crisis políticas, el de hoy en cambio parece obedecer al ciclo electoral. La preocupación de Toledo es entendible, pero no debería olvidar que la elección de sus candidatos fue una decisión suya y de su entorno. Como sugiere Valladeres, deberíamos preguntarle si sus candidatos tienen posturas colectivas en política económica o social. De no ser así, ¿para qué quiere mantenerlos unidos?


Publicado NoticiasSER.pe - 23/02/2011

Circulo vicioso

Anodina, sosa, deprimente, lamentable, son algunos de los calificativos que se escuchan sobre la actual campaña electoral. Los temas que momentáneamente ocupan la agenda pública surgen del desliz de algún candidato, y son la ocasión para el cruce de calificativos como “coquero”, “loca” o “asesino”, sin argumentos sobre liberalizar el consumo de drogas, la unión de parejas gay o la despenalización del aborto. En los comandos de campaña parecen tener más peso los especialistas en marketing que los políticos que articulen un discurso coherente y capaz de entusiasmar a un electorado apático.

Ahora que ya conocemos las planchas presidenciales y se han conformado las listas de los candidatos a “padres de la patria”, existe la sensación generalizada de que el próximo Congreso será peor que el actual, como este lo es respecto del que lo antecedió. Los filtros rigurosos para la elección no fueron tales, y hasta último momento se produjeron bajas y cambios en el orden de la lista con mayor o menor roche. Las figuras mediáticas acaparan los titulares y los políticos o militantes son desplazados sin mayores miramientos. 

Según la última encuesta de IMASEN, cinco fuerzas políticas pasarían la valla electoral y lograrían escaños, probablemente la sexta sea el APRA. Sin embargo, nada hace pensar que quienes obtengan representación parlamentaria mantengan las alianzas, por lo que no es descabellado pensar que las bancadas se dividan antes de instalarse o al poco tiempo de haber asumido sus escaños, como ya ocurrió con los Congresos electos en el 2001 y 2006. Ese parece el precio a pagar por tener partidos electorales (o “vientres de alquiler”), que una vez cumplido el ciclo electoral simplemente se diluyen.

Esto tendrá al menos dos consecuencias previsibles. Una es la baja calidad del trabajo congresal, leyes “populacheras”, mal cumplimiento de la labor de fiscalización, bajos índices de respaldo a la institución y, algo que ya es costumbre, la concesión de facultades legislativas al Ejecutivo acentuando los rasgos personalistas del régimen político. Por otro lado, congresistas que ocupan una curul como invitados del candidato a presidente de una alianza, o por haber ganado una “licitación”, no se sienten integrantes de ningún colectivo, sino dueños de un escaño ganado por sus méritos y gracias al voto preferencial.

El resultado son partidos que se reducen al líder y su entorno, con una fuerte concentración de poder personal reproduciendo una larga tradición política de nuestro país. No hay mayores diferencias entre las alianzas o partidos políticos que promueven a los actuales candidatos que los que impulsaron en su tiempo a: Cáceres, Piérola, Durand, Sánchez Cerro, Bustamente y Rivero, Prado, Odría, Cornejo Chávez, Belaúnde, Bedoya, Barrantes, y la lista es mucho más larga, la última incorporación a ella bien podría ser Susana Villarán. A la muerte o retiro de la política de los líderes sus agrupaciones políticas desaparecieron o languidecen, a excepción de los que encuentran otra figura carismática que tome la posta como en el caso del PPC y el APRA. Pero que sin ellos como candidatos, corren el riesgo de reducirse a su mínima expresión.

Esto explica porque Toledo termina su mandato presidencial con más del 30% de aprobación y su partido en el 2006 pasa la valla por un puñado de votos. Logró mantener su presencia en la escena retornando esporádicamente al país, mientras que su partido abandona el letargo para iniciar una nueva campaña. Las intenciones de García parecen ir en el mismo sentido, el APRA pasará o no la valla, pero los votos del partido no guardarán relación con la aprobación a la gestión de su líder, que también querrá volver.

Hay un círculo vicioso que nos lleva de líderes personalistas, con partidos que se reducen a él y su entorno, que llenan planchas presidenciales y listas congresales con figuras mediáticas invitadas, independientes que llegan a “renovar la política” (o conocer cómo funciona eso que quieren renovar), que se sienten dueños de su escaño y están prontos a levantar vuelo y “fugarse” con otro candidato que le permita mantenerse.

En algún momento el discurso de la renovación política, entendido como simple recambio de personas, mostrará sus límites y comenzaremos a hablar de la necesidad de profesionalizar la política (1). De alguna manera sus límites están a la vista cuando contrastamos los índices macroeconómicos con la profunda crisis política, o vemos el desinterés de los candidatos por los 250 conflictos sociales monitoreados por la Defensoría del Pueblo a la espera de que alguien haga algo más que estudiarlos e interpretarlos, o cuando observamos los candidatos con mechones de pelo en la mano rumbo a alguna clínica para hacerse un examen toxicológico.

Quizás no estemos tan lejos de un cambio. El APRA y el PPC, reducidos a su mínima expresión, dentro o fuera del Congreso, bien podrían, renovación mediante, ser los portadores de un discurso que revalore la actividad política y busque su profesionalización.

Nota

(1)   Entendida esta como personal formado y capacitado en los temas sociales, jurídicos e incluso técnicos necesarios para desempeñarse en la actividad política.

Publicado NoticiasSER.pe - 09/02/2011