miércoles, 29 de junio de 2011

El Morro, el Cristo y nuestra esquizofrenia histórica


El conjunto de cerros conocido como el Morro Solar fue escenario el 13 de enero de 1881, de una de las batallas más sangrientas de la guerra con Chile. La derrota sufrida por las fuerzas patriotas fue el preámbulo de una nueva derrota en Miraflores dos días más tarde y de la ocupación de la ciudad por las tropas del coronel Lynch.

La batalla en el Morro Solar fue particularmente sangrienta porque, a pesar del mayor poder de fuego de los chilenos, los defensores estaban estratégicamente ubicados en la cima y su artillería rechazó con éxito los primeros embates de los ocupantes. A lo largo del día, los restos de las columnas peruanas vencidas en San Juan, se fueron sumando a los defensores del Morro. Los chilenos se vieron obligados a retroceder y hacer una pausa para retomar el ataque una vez que obtuvieron refuerzos. La artillería sembró de muertos y heridos las pendientes pero luego del mediodía la suerte estaba echada. El embate final fue cuerpo a cuerpo. Rodeados por el fuego enemigo, con sus fuerzas diezmadas y agotadas, la división peruana del General Iglesias cede posiciones y se repliega sobre Chorrillos.

En la defensa de Lima participaron junto al Ejército regular, numerosa población civil que integró las milicias y batallones de Reserva. En la memoria colectiva de los habitantes de la Lima de entonces, los sucesos vividos marcaron profundamente estos episodios y convirtieron al Morro Solar durante casi medio siglo en un lugar de peregrinación.

Al año siguiente de la batalla, el italiano Manuel Mazzi junto a un grupo de artesanos realizó una romería al Morro Solar para rendir homenaje a los caídos. En los primeros años de la procesión ésta tuvo como actividad principal el recojo de los restos de los caídos en combate para darles cristiana sepultura. Luego de esta etapa inicial la procesión cívica tuvo lo altibajos que la coyuntura política le impuso, además de desatar disputas entre las instituciones que organizaban y lideraban el ritual cívico.

La construcción del Osario de Miraflores durante el gobierno de Remigio Morales Bermúdez en 1891 cambió el destino de la procesión. En los años siguientes las sociedades mutualistas afines al pierolismo fueron las grandes animadoras de estas y otras actividades organizadas en recordación de la guerra. El 7 de junio de 1905 se inaugura el monumento a Francisco Bolognesi, según los diarios de la época cincuenta mil almas participaron del acto. Ese día también fue establecido por el Estado peruano como el “Día de la Bandera”, un nuevo ritual cívico que obligó a resignificar y dotar de nuevos contenidos a los que ya se celebraban. Para entonces, la procesión de enero había dejado de ser al Osario de Miraflores y se había trasladado a la Cripta de los Héroes en el Cementerio Presbítero Maestro.

La edificación de la Cripta fue una decisión tomada durante el gobierno de José Pardo congregando a los héroes de guerra dispersos en varios cementerios. La Confederación de Artesanos y la Asamblea de Sociedades Unidas fueron las organizadoras de las romerías patrióticas hasta 1914, siendo estos los años cumbre del ritual. Pero el golpe de Estado al presidente Billinghurst, cuya base social estaba constituida por los gremios de artesanos y obreros, junto al auge del anarcosindicalismo, provocaron que a partir de 1915 el mutualismo fuera marginado de la vida pública y su poder de convocatoria entre las clases populares mermara significativamente.

Posterior a esa fecha se producen nuevas modificaciones al recorrido de la procesión. La ojeriza que los nuevos gobernantes le tenían al mutualismo posibilitó retomar el destino de la procesión al Osario de Miraflores, sin embargo, el carácter semi-oficial que comenzaba a adquirir el acto iría mermando su convocatoria.

La última etapa del ritual cívico comenzó durante el gobierno de Leguía (último presidente del Perú que participó en la defensa de Lima), cuando este edifica en el Morro Solar el monumento al Soldado Desconocido en 1921. Una comisión se encargo de recolectar restos humanos en las inmediaciones, los cadáveres fueron sepultados al pie del monumento de la escultura realizada por la Escuela de Artes y Oficios. Desde entonces todos los años se realiza los 13 de enero una ceremonia cívico militar en conmemoración de los caídos. Tres décadas más tardes Manuel Odría haría colocar otro monumento a Manuel Iglesias, quien dirigió la defensa del Morro.

Desde entonces el Morro Solar está en una situación de virtual abandono. La Municipalidad de Chorrillos no ha hecho nada para detener la ocupación de terrenos en las faldas de los cerros. En la década del 90 construyó un Estadio Municipal, conocido por el sobrenombre de “cancha de los muertos”, sobre el terreno que antiguamente fue el cementerio. Tampoco hace nada por cuidar los monumentos que allí existen, antes bien, cobra alquiler por las numerosas antenas que coronan los cerros y hace un par de años autorizó un emprendimiento inmobiliario que violaba la intangibilidad del cerro, declarado monumento histórico en la década del 70. El actual gobierno por intermedio del Instituto Nacional de Cultura, lo impidió.


Los cambios en el ritual cívico reflejan la forma en que moldeamos las imágenes de nuestro pasado asignándoles nuevos significados, muchas veces reescribiendo nuestra historia y rehaciendo la memoria colectiva. La instalación del Cristo del Pacífico en el Morro Solar es una muestra del poco respeto que nuestras autoridades tienen por los espacios públicos y el patrimonio histórico y cultural de los peruanos. También lo es de la esquizofrenia, que como señala Paulo Drinot[1], caracteriza la conciencia histórica peruana. En estos días nuestra justicia sentencia a prisión suspendida a un joven chileno que en estado de ebriedad micciona al pie del monumento a Bolognesi en Tacna, y lo obliga a retractarse públicamente. Muchos se indignan y se desgarran las vestiduras con estas ofensas a los símbolos patrios, mientras que al mismo tiempo toleramos que una mala copia de plástico de un Cristo brasilero corone un monumento histórico que es símbolo de la ciudad.




[1] Paulo Drinot. Historiografía, identidad historiográfica y conciencia histórica en el Perú.