En la última edición de la Revista Elecciones[1] se publicó un interesante artículo de Flavia Freidenberg sobre el comportamiento de los partidos políticos y sus consecuencias sobre la gobernabilidad democrática en América Latina. La autora señala que en la década de los 90 un número importante de partidos políticos latinoamericanos hicieron reformas estatutarias y cambios organizativos con la intención de volver a conectarlos con la ciudadanía. Las reformas fueron fundamentalmente de dos tipos: se variaron los términos de representación de subgrupos (cuotas) y se modificaron las formas de seleccionar los cargos de representación popular (candidaturas presidenciales, municipales, congresales).
En el Perú se aprobó a comienzos de la década que recién termina una Ley de Partidos que buscaba la consolidación de los partidos políticos. Con esas reglas de juego se han realizado tres elecciones regionales y municipales y dos presidenciales contando la del próximo abril. Sin embargo, la ley no ha logrado su objetivo, más bien ha contribuido a la atomización de la oferta electoral y a debilitar a los partidos nacionales como dio cuenta la reciente elección regional y municipal. Los resultados mostraron que no hay partidos con verdadero alcance nacional, y una muestra de su debilidad es la extendida práctica de buscar candidatos en personas que no provienen de los aparatos partidarios (Araoz, PPK, Rodríguez Cuadros).
Los resultados de la elección regional y municipal, con la novedad del triunfo de varios movimientos regionales y la mala performance de los partidos nacionales, ha hecho pensar a algunos analistas en el fin de los partidos en el Perú. Dos encuestas recientes[2], sin embargo, invitan a pensar con más optimismo. Según el Latinobarómetro 2010, la mayoría de peruanos creen que no puede haber democracia sin partidos políticos (57%), un par de puntos por debajo de la media latinoamericana.
LAPOP 2010, señala que esa opinión la comparten el 61%, y afirma algo más, que en el último quinquenio esa cifra ha subido 10 puntos porcentuales. Sin embargo, en el mismo lapso el número de peruanos que señala tener simpatías por algún partido se redujo casi un tercio, cayendo a 21,2%. Lo paradójico de los resultados es que al mismo tiempo que crece el número de peruanos que cree en la necesidad de los partidos para que exista democracia, cae en similar cantidad la identificación de los peruanos con algún partido[3]. Tal parece que los peruanos consideramos a los partidos como un mal necesario.
Si bien es cierto que en el contexto latinoamericano el Perú ha obtenido, tradicionalmente, bajas calificaciones respecto de lo que podemos llamar apego al sistema democrático, también es cierto que esos indicadores han mejorado en los últimos años. El problema no parece ser el tipo de régimen más conveniente, sino las instituciones que lo hacen viable. Los peruanos somos en Latinoamérica quienes tenemos los mayores índices de desaprobación del Congreso, el Poder Judicial y como no, de los partidos políticos.
El desfase entre el creciente reconocimiento de la necesidad de los partidos y la disminución de la identificación con ellos, debería conducir a realizar modificaciones a la ley de partidos. Procurando incentivos claros para que los partidos transformen sus mecanismos internos y puedan cumplir con su función de representación. Las democracias representativas requieren partidos sólidos que puedan procesar con eficacia las demandas sociales; porque los partidos representan, movilizan, reclutan y seleccionan las élites políticas, presentan opciones al votante, articulan intereses, diseñan las políticas públicas del gobierno y en general, hacen operativas las instituciones del sistema democrático.
Una reforma que contribuiría a conectar los partidos nacionales con la ciudadanía es la celebración de elecciones internas abiertas y simultáneas, del que surjan los candidatos a elección popular de los partidos nacionales. De haber ocurrido en esta campaña, la elección de algunas candidaturas se hubieran procesado de forma más ordenada y hubiera evitado en alguna medida el mercado de alianzas, planchas y candidaturas congresales en marcha que tanto desprestigio les acarrea.
Los partidos políticos no van a desaparecer, a pesar de que su vaciamiento parece convertirlos a todos en “vientres de alquiler”. En contraposición a lo que ocurre con los partidos nacionales, en las regiones surgen movimientos que por desconocimiento muchas veces tildamos de personalistas o aventureros, sin embargo, en seis regiones se han reelegido presidentes regionales y, como se afirma en la última edición de la Revista Poder se está generando una suerte de “proto-clase política regional”. Urge la necesidad de articular la política regional y la nacional, a riesgo de que avancen las fuerzas centrífugas del sistema político y para ello las reformas parecen inevitables. La celebración de elecciones internas abiertas puede contribuir a la necesaria renovación de los partidos.