
Días atrás el candidato Alejandro Toledo anunció que presentará un proyecto de ley contra el fransfuguismo, al mismo tiempo reclamaba a los postulantes de su partido al Congreso “unidad, disciplina y lealtad”. El motivo de su preocupación es obvio, durante su mandato la lista congresal de Perú Posible se redujo prácticamente a la mitad, y el parlamento fue un escollo durante todo su gobierno. La desestructuración de las bancadas, incluso antes de que los congresistas lleguen a ocupar sus escaños, es un tema que a inicios de este gobierno también mereció tratamiento parlamentario sin que se aprobara ninguna ley al respecto.
El tránsfuga es visto como un traidor que abandona compañeros e ideales por motivos inconfesables. Pero existen muchas razones por las que los políticos deciden abandonar una causa para sumarse a otra y ello no es intrínsecamente malo, o en todo caso, también puede representar un resurgimiento político. La conformación de las bancadas parlamentarias de los dos últimos Congresos a sufrido modificaciones notorias, pero el problema se arrastra desde la década de los noventa.
En El nacimiento de los otorongos, Degregori y Meléndez repasan la historia del parlamento peruano durante el gobierno fujimorista buscando una explicación para el desempeño del actual. Para los autores el régimen político que nació luego del golpe de estado del 92 y el liderazgo carismático autoritario de Fujimori, explicarían las débiles lealtades y el pragmatismo de los padres de la patria. En un trabajo más reciente publicado en Iniciación de la política, Jorge Valladares busca una explicación a la atomización de las bancadas analizando la manera en que el comportamiento de los grupos políticos moldea su identidad, estudiando para ello la producción legislativa y la votación de los grupos parlamentarios.
Los dos trabajos mencionados estudian el comportamiento político de nuestros congresistas analizando las últimas legislaturas. Tácitamente dejan la sensación de que existió un pasado mejor, donde en política existía la lealtad y disciplina que hoy reclama Toledo. La historia política del Perú, sin embargo, no es un dechado de lealtades y mucho menos disciplina. Como es sabido nuestros partidos históricamente se han formado en torno a candidaturas; el reclamo de lealtad que hace el hoy puntero en las encuestas es hacia su persona, no está hablando de un supuesto compromiso programático por no hablar ya de ideologías.
En el prólogo al libro Partidos políticos en el Perú de Álvaro Rojas Samanez, el periodista Manuel D´Ornellas decía que la movilidad intrapartidaria era un fenómeno típicamente nacional. Hacía alusión a los caudillos locales o regionales que siendo electos por un partido en la Constituyente del año 78, habían sido electos congresistas por otro partido en 1980. D´Ornellas decía algo que hoy nadie cuestiona, para el peruano medio, los partidos son más difíciles de individualizar que los hombres que los encabezan. ¿Siempre ha sido así? Me temo que sí. La historia de los partidos en nuestro país se confunde con la historia de los caudillos.
Durante la República Aristocrática aparecieron las primeras expresiones orgánico-partidarias, en aquel entonces el Partido Civil era el predominante y gobernó siempre en coalición. Los momentos de crisis política son naturalmente más proclives para las migraciones partidarias y el transfuguismo. Así ocurrió al final del gobierno de Leguía (1908-1912) cuando la sucesión presidencial derivó en la división del civilismo y los demás partidos.
La crisis política de entonces permitió la aparición del primer outsider de la política peruana: Guillermo E. Billinghurst. Quién en su discurso de asunción ante el Congreso afirmó que “era ajeno a los antiguos y desgastados métodos de la política… y completamente extraño a las sugestiones partidistas y a las influencias de círculo, por seductoras que ellas sean”. Cualquier semejanza con las expresiones de nuestros candidatos de hoy, no es casualidad.
El Comité Central Ejecutivo de la candidatura de Billinghurst estuvo integrado por hombres que provenían de distintos partidos. Entre ellos figuraba Manuel Quimper, seguidor de González Prada y fundador de la Unión Nacional a fines del XIX. Años más tarde fue electo concejal de Lima por el Partido Demócrata, se sumó al billinghurismo y a la caída del gobierno migró al Partido Liberal siendo elegido diputado suplente. Los demás integrantes del comité tienen historias similares, e incluyó a personajes como Francisco A. Loayza, director de varias publicaciones y primer redactor de La Protesta, el periódico más influyente del anarcosindicalismo. Otro dirigente destacado fue Alberto Secada, congresista durante el gobierno de Billinghurst, había iniciado su trayectoria política en el Partido Radical, tuvo un pasaje por el demócrata, en coalición con el civilismo independiente es nombrado concejal y luego Alcalde del Callao, al final de su vida apoyó el segundo gobierno de Leguía.
El transfuguismo no es un problema nuevo, que existe desde el nacimiento de nuestros primeros partidos. Una diferencia entre aquel y este transfuguismo, es que aquel respondía a crisis políticas, el de hoy en cambio parece obedecer al ciclo electoral. La preocupación de Toledo es entendible, pero no debería olvidar que la elección de sus candidatos fue una decisión suya y de su entorno. Como sugiere Valladeres, deberíamos preguntarle si sus candidatos tienen posturas colectivas en política económica o social. De no ser así, ¿para qué quiere mantenerlos unidos?
Publicado NoticiasSER.pe - 23/02/2011
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