Por iniciativa de la Universidad de Ciencias y Humanidades a inicios de este mes estuvo en Lima Perry Anderson[1], influyente historiador británico y uno de los principales pensadores marxistas contemporáneos. Fue redactor durante muchos años de la New Left Review y autor de textos imprescindibles como Transiciones de la antigüedad al feudalismo y El Estado absolutista, trabajos en los que estudia el cambio histórico y político en Europa en el largo plazo y que se destacan tanto por su innovación metodológica como por su profundidad conceptual.
En su conferencia en la UCH Anderson hizo un análisis del orden internacional vigente trazando un paralelismo entre la situación actual y la que se sucediera a la derrota napoleónica en 1815. En aquel entonces, las cinco potencias que enfrentaron a Napoleón y se reunieron en el Congreso de Viena (Gran Bretaña, Prusia, Austria, Rusia y Francia), lograron establecer un marco de cooperación que generó estabilidad y un orden político de paz que se mantuvo por cuarenta años en Europa y evitó los conflictos a gran escala hasta la primera guerra mundial. Las grandes potencias de entonces actuaron coordinadamente logrando la restauración monárquica y erradicaron las guerras del suelo europeo. Fuera de Europa las reglas eran diferentes, ahí persistían las tradicionales rivalidades y mientras las potencias expandían sus imperios por mares y tierra, otras peleaban por su parte de colonias y mercados. La belicosidad que se comprimía en el centro del sistema se exportó a la periferia.
La primera guerra mundial marcó el fin del orden internacional heredado del Congreso de Viena y con ella comenzó lo que Hobsbwam ha llamado el corto siglo XX (1914-1989). En él, sostiene Anderson, existieron tres distintos tipos de relación entre las mayores potencias del mundo. En el período entre ambas guerras mundiales imperó una anarquía competitiva, donde cada gran potencia y las potencias menores oscilaron entre la rivalidad y la alianza estratégica entre ellas. A partir de 1945 y hasta 1989 la guerra fría planteó un duopolio de poder, donde Estados Unidos y la Unión Soviética capitaneaban dos bloques enfrentados que competían por el control e influencia sobre el resto del mundo. La tercera fase es la actual que deriva de la desaparición de la Unión Soviética en 1991 y marca la hegemonía de los Estados Unidos en el concierto mundial.
Según Anderson, hoy día asistimos a una nueva metamorfosis del sistema internacional que se asemeja a una nueva pentarquía. Los Estados Unidos disfrutan una supremacía que ninguna potencia hasta la fecha cuestiona; sin embargo, hay nuevos candidatos a superpotencias y ellos son la Unión Europea, que concentra el mayor PBI del mundo, Rusia por su expansión territorial y contar con el segundo arsenal nuclear y China e India, con la economía de mercado más dinámica de la historia reciente. Al igual que en la pentarquía restauradora del siglo XIX, la actual, está conformada por países con estructuras sociales, sistemas políticos, ideologías legitimadoras y niveles de desarrollo económico dispares. Pero existe una diferencia sustancial entre ésta y aquella. La decimonónica fue la respuesta a un aplastante enemigo común, Napoleón, y estaba latente el riesgo de un regreso generalizado a las armas. El concierto de potencias contemporáneo se asienta en una base más prosaica. No es el peligro a una nueva contienda bélica o a una revolución desde abajo lo que une a las potencias líderes del momento para dirigir el mundo, sino que es el resultado de su cada vez mayor interdependencia económica. Estas cinco grandes potencias se encuentran más interconectadas que nunca a través de fronteras y fundamentalmente a través de los mercados de productos básicos, así como de los mercados de capitales y divisas, lo cual hace más compleja dicha dependencia.
El resultado de ello, prosigue Anderson, es que las principales amenazas para la estabilidad contemporánea provienen de la concatenación de turbulencias económicas de las que somos testigos hoy día. Para conseguir dominar estos problemas se creó en un principio el G7, más tarde el G8 y en la actualidad el G20; el propósito es limar las desavenencias sobre intercambios comerciales, tasas de interés y valores monetarios en cuya regulación las potencias y países más desarrollados tienen un interés común. Que al igual que en los conflictos del concierto europeo del siglo XIX estas diferencias se hayan resuelto o reprimido en la práctica con mayores o menores tensiones se debe a un compromiso ideológico común con los principios del mercado capitalista mundial.
El nuevo orden internacional que plantea Anderson se asemeja a una nave a la deriva. Semanas atrás la noticia de la caída del valor de la deuda norteamericana, con la que China y otras potencias financian su crecimiento, provocó el remezón en las bolsas de valores en el mundo. La dependencia mutua en la que están atrapados estados deudores y acreedores es un dato de la realidad. En su estudio sobre la formación del estado absolutista, el historiador británico decía que “la lucha secular entre las clases se resuelve en el nivel político de la sociedad, no en el económico o cultural”. Por ahora la nave avanza enfrentada a un mar turbulento de “indignados” que pululan en el mundo sin que hasta el momento hayan encontrado un cauce a su protesta.
Publicado en Noticias.SER - 31/08/2011
[1] Conferencia Magistral titulada “El concierto de poderes” en la clausura del II Seminario Internacional de Investigación Científica: Universidad, Ciencia y Tecnología.
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