Una mirada al panorama político de cara a las elecciones de abril próximo, me trajo el recuerdo de un personaje olvidado de inicios del siglo XX: el capitulero. Ellos fueron el centro de una red de relaciones interpersonales en la vida política, que servía como nexo entre las clases dominantes y el pueblo en tiempo de elecciones. Su función era convencer y sumar clientes al candidato, pero también atacar a las huestes adversarias y, el día de las elecciones, triangular con su bien provista billetera entre las chicherías y pulperías, las mesas de votación y el club partidario. Era una suerte de enganchador político que procuraba a los candidatos, tanto sea al Congreso como al Ejecutivo, los votos en base a la prebenda y el soborno. Si bien los había fieles a un candidato, muchos podían estar un día con los civilistas y otro con los demócratas, ser un día un entusiasta liberal y al siguiente un constitucionalista convencido, lo mismo daba. En buena cuenta no tenían más bandera que su propio olfato.
Clemente Palma satirizó a este personaje en sus “Crónicas taurinas” publicadas en la revista Variedades. En ella contó las veleidades de un capitulero de apellido Corrales que funda el Club “Unión y Reque” para apoyar la candidatura de Aspillaga, pero al ver que el viento sopla con distinto rumbo cambia de bando y se pone junto a sus huestes al servicio de Billinghurst. Estos personajes fueron requeridos por todos los partidos, caudillos como Cáceres, Piérola, Candamo, Prado, Leguía, Billinghurst, siendo abanderados de su partido recurrieron al apoyo de capituleros, lo cual les permitió entrar a los espacios menos exclusivos, y movilizar partidarios para copar las mesas electorales y eventualmente servir de claque. Como dijera González Prada era el tiempo de la política del aguardiente y la butifarra. Claro que un siglo después toda coincidencia con la realidad es pura casualidad.
El capitulero es un personaje de antaño, de los tiempos en que la política era un asunto de la élite, donde el voto se compraba y este era un derecho que ejercía menos del 3% de la población. Sin embargo, viendo la escena política hoy y las alianzas que se crean y desarman y vuelven a formarse me parece descubrirlos nuevamente, ya no formando clubes políticos para apoyar candidaturas, sino siendo ellos jefes de su propio partido, buscando alianzas que les permita sobrepasar la valla electoral o convertidos en “vientres de alquiler” de algún candidato más potable que ellos mismos.
Eso me parece ver al intentar explicarme la novísima “Alianza por el gran cambio” que postula a PPK a la presidencia. El ex premier y ministro de economía del gobierno de Toledo no es hombre de partido pero aspiraciones presidenciales le sobran. Pero su alianza con Renovación Nacional del pastor Lay, capitulero de poca monta, no es suficiente y capituleros abundan en tiempo electoral. Con el correr de los días algunas alianzas se fueron decantando, unos serían choteados (PPC, APP) por aspirantes más serios, mientras que otros se suman para no llegar solos al baile (el PH de Símon). Luego de tanto coqueteo a diestra y siniestra se encuentran al fin el hambre y las ganas de comer.
Todos convergen en “el gran combo de PPK”, que dado los antecedentes del candidato y su alianza de capituleros con vientres de alquiler lo sitúa como es el nuevo pasajero de la ya sobrepoblada combi de la derecha. Otro pasajero que, obviamente, se reclama de centro, o acaso alguien vio en tiempo de elecciones algún candidato que se diga de derechas. Para vendernos la alianza, Lourdes Flores explica que esta representa una propuesta seria que amalgama el rostro emprendedor de Acuña y su Alianza para el Progreso, con el mensaje social de Símon y su Partido Humanista, a la que se suman la pincelada evangélica que aporta el Pastor Lay que complementa el barniz cristiano del PPC. Antes que por el gran cambio, (cuesta imaginarse a que se refiere el nombre de la novel alianza), la confluencia es por la gran necesidad de sortear la valla del 5% y no desaparecer.
Acuña, Símon y el Pastor Lay son los capituleros de nuestro tiempo. Acuña es el ejemplo más claro. Hizo una buena elección municipal y espero una llamada de Toledo o Castañeda, como sus exigencias de ocupar la mitad de la lista congresal no fue aceptada se sumó a la alianza de la que el fin de semana último parecía expulsado por un nuevo acercamiento al ex alcalde de Lima, finalmente, quizás cansado de tantas idas y venidas, decidió apoyar a PPK e integrarse al tiempo que lo hacía el PPC. Todo en cuestión de días, por no decir horas. Con su letanía habitual Sïmon nos recuerda, por si alguien pensó algo diferente, que esta es una alianza programática. Eso se da por descontado, la demora en lanzar la alianza se debió precisamente a programar el reparto de candidaturas.
Mientras estas idas y venidas ocurren entre partidos “nacionales”, a lo largo y ancho del país se producen y reproducen alianzas y acuerdos de último minuto, negociaciones febriles aquí y allá. A diferencia de antaño, los modernos capituleros tienen varios escenarios donde moverse, la mayoría de ellos ya no fundan clubes partidarios en la capital, sino que actúan en el interior del país y están a la cabeza de movimientos regionales o, según las llama la ley de partidos, organizaciones políticas de alcance local.
La política en nuestro país se ha convertido en un mercado con una clase política incapaz de procesar con eficacia y eficiencia las demandas de la sociedad. Un grupo focal puede decidir una postulación, al hay que endosarle un partido o vientre de alquiler, y si el candidato no tiene viada solo, entonces lo ideal es hacer alianzas con las decenas de capituleros nacionales y regionales. Cada elección que pasa deja un panorama partidario más desolador que el anterior, ahora con una creciente distancia entre la política nacional, la regional y la local. Los capituleros… de parabienes.
Publicado NoticiasSER.pe -01/12/2010
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